Letras al Vuelo
Por: Aldo Báez

Sabemos que una de las funciones del Twitter es dar las malas noticias. Hace un rato me enteré de la muerte de Roberto Fernández Retamar. El gran editor y difusor cubano que, por medio de Casa de las Américas, trabajó casi 40 años sin fatiga en la difusión de la literatura y cultura latinoamericana. Hoy y en sábado, cuando hasta Dios descansa, se marchó. Tal vez Calibán se entristeció, pero Ariel también. Uno y otro permitieron una discusión que aún pervive sobre la postura del intelectual y el creador latinoamericano, enriqueciendo lo que tanta falta nos hace, la reflexión sobre nuestra situación, no solo en esta desafortunada parte del mundo sino sobre el quehacer y la forma como nos asumimos en el discurso universal.

Lo conocí en la ciudad de México hace algunos años, en una feria del Zócalo, en un café literario que bautizaron con el nombre de su gran amigo: Julio Cortázar. El café Cortázar. Leí un texto sobre Cortázar y sus reflexiones sobre el intelectual latinoamericano y al descubrir que ese sensible y lúcido ensayo era una carta enviada al autor de Rayuela, por un tal Roberto Fernández Retamar, a quien no conocía más que de nombre por su ensayo sobre Calibán, notas muy interesantes sobre la cultura americana, y comenté que la respuesta si la hubo, no estaba publicada y solo cuando éste último publicara su respuesta, sabríamos más del asunto. En una fila del auditorio, uno de los asistentes, un hombre de barba cana se puso de pie y prometió que esa carta se publicaría. Por su acento y afabilidad se evidenció su origen cubano. Le comenté que le dijera al director de Casa de las Américas, que ya publicara su correspondencia con el narrador argentino, pues debido a la publicación de los tres volúmenes de sus cartas, recién publicadas por Alfaguara (2000), descubrí los más de 15 años de correspondencia cruzada. Le pregunté que por qué estaba tan seguro, que si era editor o sabía algo y respondió: lo sé, porque Roberto Fernández Retamar, soy yo.

Lo recuerdo ahora. Este hombre que vivió hasta el día de hoy, después de 89 años. Lo recuerdo en su libro de versos, como a él le gustaba llamarlos De la pluma de un faisán, esa especie de antología donde se reconocen las voces tan diversas, lejanas y cercanas, amistades de letra y vida: Jorge Guillén, Pablo Neruda, José Lezama Lima, Thiago de Melo, William Blake, Mario Benedetti, Juan Gelman, Fayad Jamís, Antonio Machado, pero sobre todo, su encuentro con Julio Cortázar

Para el poeta cubano la vinculación de las letras y política era una profesión que hasta la fecha practica: sus ensayos literarios son propuestas de formas de vida, no simples estudios sobre las letras sin vinculación con la realidad, con mayor precisión, es la forma como la realidad asume las cuestiones literarias, de cómo los pueblos a través de su lengua pueden proyectar y planear una forma de vida. En ambas esferas se denota la responsabilidad ética y moral de las letras por mirar hacia su realidad y la realidad de los otros que son sus iguales. La política y la literatura son siameses solo que cada una mira hacia lado diverso…

La revisión de la situación actual de su poesía, por no hablar de su monumental Calibán, no era desde entonces, para Fernández Retamar una simple revisión de la situación poética, sino que se convertiría en una exhaustiva articulación entre la historia y la poesía, entre la creación y la búsqueda de una forma de vivir. Sabía que no hay poesía sin retórica, pero no ignoraba al presentarse ante la realidad social y política, el mismo sentido de la palabra nos conduce de manera natural hacia la ella, y además hacia una toma de posición ante el mundo, ante la vida. La poesía a la vez es pura e interesada; la vida a la vez convencional y sincera. Toda poesía que de veras lo sea será vital; toda vida auténtica es poética mientras no incurra en alguna condición artificial de la vida artística.

Es a partir de su obra poética que se genera su reflexión crítica, dice de él Hernán Loyola, desde “su […] ensayo Calibán (1971) es considerado a justo título, y más allá de sus connotaciones militantes, como un hito fundamental -o, si se prefiere, como una referencia ya ineludible- en la reflexión actual sobre el estado de la cultura en el espacio latinoamericano.” En otro sentido, Cortázar afirmaba y al parecer a dueto con el poeta cubano, paradójicamente, que “como no tengo nada de politólogo y mucho de poeta, veo el curso de la historia como los calígrafos japoneses sus dibujos: hay una hoja de papel, que es el espacio y también el tiempo, hay un pincel que una mano deja correr brevemente para trazar signos que se enlazan, juegan consigo mismo, buscan su propia armonía y se interrumpen en el punto exacto que ellos mismos determinan”. Lo que él no adivinaba era que la literatura y la amistad son expresiones políticas, de vida par excellence y, este signo transpira, en casi toda su obra.

Roberto tenía muy clara la idea de que la historia de las letras latinoamericanas, reflexivas y creativas habían caminado desde hace más cinco siglos sobre su propio derrotero, aun frente a las controversias e influencias necesarias, así como de las coyunturas políticas que han impactado en más de una forma, la historia cultural del continente.

Al amigo Roberto hace más de 10 años, le hicimos un homenaje, pequeño pero sentido, en las Jornadas de poesía que realizaba don Manuel Reigadas, en el espacio 1900. Solo resta leerlo como poeta, como ensayista o leer algún número de la fabulosa Casa de las américas para apreciar la terea de este hombre dispuesto a brindar amistad y compartir sus poemas en cualquier sitio de su amada “Nuestra América”.

Podríamos concluir con su voz emulando a Borges:

Acaso en mí también fueron inconciliables los rostros, los

estilos que asumí,

Y sin embargo hace tiempo los vanos diccionarios, las

vanas historias de la literatura

Los han reunido bajo tres palabras, entre dos fechas,

De las cuales soy el abrumado, el imaginario prisionero

no la realidad.