Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria 

Es cierto que las ciudades grandes despersonifican y hacen perdedizo ese hálito de vivir en comunidad que se reconoce y se ama entre sí. Y mucho menos, se mantiene en ejercicio la solidaridad de los que se acompañan en buena vecindad. Y viene a cuento, a propósito que escribo estas líneas en una estancia pasajera en la Ciudad de México, mientras veía en la televisión la hazaña de un senador –de apellido Madero–, perderse en la furia, tratando de pasar por encima de guardias y otros que le impedía el paso, y perdiendo no solo la compostura, sino la dignidad de representante del pueblo por impedir un nombramiento. Era un hombre desencajado, insultando y tratando de impedir que nombraran a la titular del Consejo Nacional de los Derechos Humanos (simbólico). Le impedían el paso y el hombre y sus correligionarios, se lanzaban violentísimos contra la mujer que sería nombrada. Imaginé una jauría de perros tras un ciervo que se escapa.

En las imágenes de la Ciudad de México que siempre me ha espantado, veo esa misma voracidad del senador por impedir el nombramiento, en la gente y el comercio feroz de la ciudad, desde el vendedor en la calle hasta las grandes tiendas que a toda costa buscan vender con mentiras y ventajas. Todo eso sucede en “la ciudad grande”, en la ciudad donde “muere la flor el mismo día en que nace”, como dice José Martí en su poema que escribiera cuando vio Nueva York, allá en el siglo XIX.  “Me espanta la ciudad –afirmó en ese magnifico poema–, toda esta llena de copas por vaciar huecas copas, tengo miedo, ay de mí, de que ese vino, tósigo sea y en mis venas luego, cual duende vengador, los dientes clave.”

Nunca ha tenido más sentido el poema de José Martí (“Amor de ciudad grande”), que en nuestro tiempo de rapidez y ferocidad urbana, como en el poema donde el poeta cubano declara: “De gorjas son y rapidez los tiempos”. Lo leo con cuidado y me parece escrito por un poeta de estos días, que sabe y comprende el lodo del presente y la difícil carga que es vivir en la actualidad latinoamericana. Leer de nuevo esos poemas martineanos me alivia, pero me hace preguntas hondas que llegan de la luz sencilla y sabia de sus muy conocidos “Versos sencillos”. Se ama de pie en las calles entre el polvo de los salos y plazas…”. Nada más cierto hoy.

También recuerdo el golpe de estado chileno del 73 y la literatura que por ese tiempo leí hasta sentirme herido. Yo frecuentaba el mismo ejemplar de “Sepan cuantos” de José Martí y algunos de sus poemas podía decirlos de memoria. Ahora, en estos días en que ser de izquierda parece “pecado” para quienes desprecian las ideologías –ya no de izquierda–, sino sencillamente ideas libertarias que creen en la posible justicia de los desprotegidos de América, que de nuevo se tambalea las banderas de la muerte. Hoy día, pensar bajo aquellas astillas de la izquierda, parece ser condena, tras la que van muchos como jauría por las redes sociales vociferando. Tropas de tuitero y feizbuqueros que aborrecen a los que no piensan como ellos, que ya no piensan en las mayores cantidades de pobres que habitan el continente y sí adulan a los poderosos y acaudalados que persiguen rabiosos el dinero por encima de todo.

“Como liebre azorada el espíritu se esconde, trémulo huyendo del cazador que ríe”, escribe en este poema Martí y puedo verlo por las mismas calles que camino en esta “ciudad grande”, donde también creo que el espíritu huye escapando del comercio rapaz que por todas partes de la ciudad buscan comprarlo. “Y las almas no son, como en el árbol, fruta rica en cuya blanda piel la almíbar dulce, en su sazón de madurez reboza, sino fruta de plaza que a brutales golpes el rudo labrador madura”. Y de nuevo pienso en la rapidez. Y ahora escucho el poema con esa voz hermosa de Pablo Milanés de sus mejores tiempos, y que considero uno de los grandes discos de cantantes que tuvieron la atracción por cantar la poesía.

Ya lo he dicho, Martí escribió ese poema refiriéndose a Nueva York, ciudad que lo había sorprendido, pero hoy esas mismas imágenes que a Martí le dieron el poema, en nuestro presente, y son el paisaje humano ordinario y “normal”. Y las imágenes nos pertenecen. “No son los cuerpos ya, sino deshechos, y fosas y jirones” y pienso en el mínimo valor de los cuerpos, pese a que la publicidad capitalista lo promueva con subliminales figuras, pero insisto en el poco valor que los cuerpos tienen, cuando vemos los crímenes donde los cuerpos aparecen en fosas clandestinas en jirones y descuartizamientos o las crueles disolvencias en ácido que se ha utilizado para desaparecer a los hombres. ¿Martí había vislumbrado esas figuras en los pasadizos negros de la ciudad de Nueva York? Creo que sí, porque el poeta puede ver la hondura en la futura lejanía de las cosas en el tiempo.

Qué lejos y ajeno les parece a muchos opinadores, lo que sucede en Bolivia y Chile hoy. Los veo en sus cuentas de las redes, escupiendo desde su comodidad efímera que prevalece en el Facebook y Twitter y soltando ideas como una especie de irresponsable diarrea. Hoy es muy fácil dar opiniones categóricas y se ha vuelto una nueva manera de ir por la red creyendo que de todo se tiene la razón. Y en montón cibernético, quien está en desacuerdo con la mayoría, suele no solamente ser agredido, sino linchado. Así, las opiniones comodinas, fáciles y facciosas de “los que salieron de pobres” y han sido devorados por las fauces capitalistas, ajenos a lo que los sacó de la pobreza, niegan el pasado y se unen –es un ejemplo–, a esas pandillas de anticomunistas gratuitos, que si no se favorece a los ricos y oprime a los pobres, las cosas están mal, como lo refiere con certeza Enrique Dussel, refiriéndose a la clase media boliviana.

“Si los pechos se rompen de los hombres y las carnes rotas por tierra ruedan, no han de verse dentro más que frutillas estrujadas”. Evidente esta es la imagen del presente y no solo en la ciudad grande. Vivimos, que quede claro: los tiempos de “la vida estrujada en agraz”.